Hay tres premios, éstos serán otorgados a la mejor historia de amor.
Aquí está lo que escribí:
Ésta es la historia de cómo la música me sacó todo lo que tenía.
Siempre me sedujo y siempre la perseguí.
Así de fácil es.
Corrí detrás de ella con mi primer walkman Barbie y después el Casio, el discman, el mp3, el mp4 y el ipod. Le compré discos, casettes, cds y dvds, parlantes de plástico, parlantes de madera, 1.0, 2.0, 2.1, 5.0, 5.1, 5.2, mono, stereo, subwoofer, auriculares comunes, auriculares con casco pequeño o grande, millones de marcas, miles de entradas para recitales, una flauta, una pandereta, una guitarra, un piano, un metrónomo y hasta libros que hablaban de ella.
Me costó unos cuantos "¡Oh, se rompió!" en la infancia mientras me escondían las pilas; otros "si estás siempre enchufada a esa mierda es normal que no te enteres de nada" en la adolescencia y algunas que otra cartas documento siendo ya un poco más grande.
A medida que crecí, empeoró. Ya había invadido 150 Go de disco rígido.
Empecé a ir todos los jueves al Colón para para volar por la sala, correr por el campo, ahogarme en una tormenta, esconderme en plena batalla y pasear por Nueva York en los años 30 sin levantarme de la butaca.
Ella era mejor que todo, mejor que el cine, que el pochoclo dulce, que las hamburguesas cuadradas de Wendy's y las papas a la crema que hace mi mamá, mejor que el chico que intimidaba en el colectivo mirándolo demasiado, mejor que perder tres kilos, que estar bien bronceada, que no ir al gym y tener panza chata igual, mejor que cualquier fiesta, que los amigos, que los libros, que el 152 vacío, que un fernet con coca helado, mejor que Twilight cuando tenía 17, mejor que cualquier obra de teatro, que andar en bici con el viento entre el pelo y que el 2x1 en Freddo de Club La Nación. Mejor que todo.
Después de los jueves en el teatro Colón, empezaron los viernes en el Auditorio Belgrano a las ocho, donde tocaba la orquesta filarmónica de Buenos Aires. No me perdía una sola función.
Y el diario llegó con su sección cultural amenazante. Sus invitaciones a coros, música de cámara, bandas sinfónicas, orquestas juveniles, festivales de Jazz, festivales de Tango y festivales de todo me agotaban. Mis amigos no me acompañaban porque les resultaba aburrido. No me importaba mientras ella me volviese feliz cuando era buena y miserable al ser cruel
Y bueno, ahí estaba yo, perdida en la ciudad. Sola en diferentes museos o salas con tal de oírla hablar cara a cara sin cables.
Aquí señores, empieza la verdadera caída
Una noche en la cámara de comercio estaba tocando la filarmónica de Buenos Aires e interpretaron la Bachiana Brasilera Nº4 de Villa-Lobos.
El primer movimiento me volvió desgraciada. El segundo me enamoró por milésima vez. El tercero comenzó a trazar un nuevo plan en mi cabeza y el cuarto terminó poniendo mi pie derecho por primera vez del otro lado.
Y el yunque cayó sobre mi cabeza como en los dibujitos animados: me di tristemente cuenta de que no era mía.
Yo no sabía leer y no sabía tocar. Era una pobre analfabeta.
No la entendía y por lo tanto no la poseía.
Esa noche mi satisfacción por el amor que tenía por esta afición cayo al piso y se destrozó.
El día siguiente llamé a mi prima y le pedí prestado su horrible tecladito eléctrico. A la semana empecé a tomar clases de piano con el hermano de una amiga. Aprendí a leer. A los dos meses supe algo de armonía y de contrapunto. Empecé a componer pequeñas esbozos bastante feos. Dejé la univeridad y a todos los amigos que había hecho en ella. Busqué y conseguí un trabajo.
Actuaba con la certeza y confianza con la que actúa una enferma.
Opté por miles de diferentes carreras cortas para que mi madre pare de lamentarse. Necesitaba algo que me deje tiempo para dedicarme a la música y que me de suficiente dinero más tarde para mantenerla. Mencioné millones pero no me anoté en ninguna hasta que tuve el valor de decidirme.
Composición musical.
Mi padre me rogó que me vaya de casa y mi hermana me dijo que nunca tendría plata ni para pagarme una tumba bajo el puente en el que viviría. Supuse en el momento que con un hermano que estudiaba ingeniería y una hermana que estudiaba relaciones internacionales las cosas estarían un poco complicadas para mí.
Sin un peso porque me lo gastaba todo en partituras.
Sin amigos porque los había abandonado.
Sin familia porque los había defraudado.
Así la música me sacó todo lo que tenía, y con tiempo, esfuerzo y trabajo, poco a poco, me lo fue devolviendo.